Nota Nº 17 La Literatura Gauchesca • El Martín Fierro

El Martín Fierro Continuando con las aventuras de Fierro y Cruz, los encontramos a los dos amigos atravesando el desierto. Así llegan a unas tolderías en el oeste de la provincia, justo cuando los indios estaban preparando un malón y como consecuencia de ello los toman por espías.
Los salvará un cacique que los retendrá como rehenes, pues si, haciendo el malón caían prisioneros algunos indios, ellos los rescatarían entregando a cambio a los dos fugitivos.
De esta manera pasarían los años, y los dos primeros separados, pues refiriéndose a la situación nos dice Fierro: “No hay que pedirle (al indio) favor/ni que aguardar tolerancia;/ movidos por su inorancia/ de puro desconfiaos,/ nos pusieron separados/ bajo sutil vigilancia”.
Una epidemia de viruela negra llegará entonces a la toldería y diezmará a la tribu; se destaca que los crueles remedios de los brujos ayudarán a agravarla: “Allí soporta el paciente/ las terribles curaciones,/ pues a golpes y estrujones/ son los remedios aquellos,/ los agarran de los cabellos/ y le arrancan los mechones". "Les hacen mil herejías/ que al presenciarlas da horror;/ brama el indio de dolor/ por los tormentos que pasa,/ y untándolo todo en grasa/ lo ponen a hervir al sol”.
Y ocurre entonces un episodio patético: “Había un gringuito cautivo/ que siempre hablaba del barco,/ y lo augaron en un charco/por causante de la peste,/ tenía los ojos celestes/ como potrillito zarco". "Que le dieran esa muerte, / dispuso una china vieja,/ y aunque se aflije y se queja,/ es inútil que resista,/ ponía el infeliz la vista/ como la pone la oveja”. La oveja no bala cuando la matan, blanquea los ojos.
La piedad que provoca - dice Jorge Luis Borges - la mención del gringuito cautivo y su comparación con una oveja, declaran que se trata de un niño, cuya inocencia lo hace más patética.
Muere más tarde el cacique que los amparaba y poco después fallece también Cruz.
Y entonces se llega a una de las escenas inolvidables. Fierro está meditando junto a la sepultura de Cruz y el viento le trae unas quejas. Acude y encuentra a una mujer cristiana con las manos atadas. En el suelo hay un chico muerto. Un indio la castiga con un rebenque y el rebenque está ensangrentado. La mujer le explicará después que ella es una cautiva, que el indio la ha acusado de hechizo y había degollado a su hijo: “Era una infeliz mujer / que estaba de sangre llena,/ y como una madalena/ lloraba con toda gana,/ conocí que era cristiana/ y esto me dio mayor pena”. “Cauteloso me acerqué/ a un indio que estaba al lao,/ porque el pampa es desconfiao/ siempre de todo cristiano,/ y vi que tenía en la mano/ el rebenque ensangrentado.”
Martín Fierro y el indio se miran y no necesitan palabras: “Yo no se lo que pasó,/ en mi pecho en ese instante./ Estaba el indio arrogante,/ con una cara feroz./ Para entendernos los dos / la mirada fue bastante”.
Los dos se miran y se vigilan. El indio atropella y el miedo de verse a pie le aumenta su coraje. Al avanzar, Fierro se enreda en el chiripá y cae largo a largo. Se abalanza el indio y sin dejar levantar a Fierro está para ultimarlo, cuando la mujer como una flecha se arrima y se lo saca de encima. Siguen peleando y al retroceder el indio, resbala en el cadáver del chico. Fierro entonces le corta en el cuerpo y en la cabeza, la sangre lo enceguece al indio y de la garganta le salen una especie de aullidos: “Al fin de tanto lidiar,/ con el cuchillo lo alcé,/ en peso lo levanté/ a aquél hijo del desierto, ensartado lo llevé,/ y allá recién lo largué/ cuando ya lo sentí muerto”.
Fierro y la mujer tienen que huir. Fierro da su caballo a la mujer y toma el del indio. En un pajonal esconden el cadáver del indio, para llevar de ventaja el tiempo que tardarán en encontrarlo. Los dos padecen muchas penurias: comen carne cruda o se mantienen con raíces. Atraviesan el desierto y por fin llegan a las primeras poblaciones. Fierro se despide de ella en la primera estancia que encuentran.
Los críticos de la obra se han preguntado ¿Ocultaron las noches del desierto una tregua amorosa? Leopoldo Lugones opina que no, porque la generosidad del paladín ignora estas complicaciones amorosas. Ricardo Rojas entiende que tal vez haya pasado algo, pero José Hernández ha sido muy discreto.
Lo cierto es que han transcurridos muchos años, tres en el fortín, dos como desertor y matrero y cinco en las tolderías. El juez que perseguía a Fierro ya ha muerto y los oscuros crímenes de éste han sido olvidados por la justicia.
En otro orden de cosas, digamos que al recibir Bartolomé Mitre el libro Martín Fierro enviado por José Hernández, pudo contestarle: “Su libro es un verdadero poema espontáneo cortado en la masa de la vida real”. Según Jorge Luis Borges, las palabras “cortado en la masa de la vida real” nos ayudan a entender porqué los contemporáneos no juzgaron la obra como nosotros la juzgamos ahora.
El Martín Fierro es una obra de índole realista y está bien ejecutado. Emilio Zola pudo hablar de tajadas de vida y de transcribir la realidad, pero ello no es exacto, porque la vida no es un texto sino un misterioso proceso.
Podrá objetársele que Zola deslumbró a sus coetáneos con libros de tipo realista y en ese deslumbramiento obraron las teorías pseudocientíficas del autor y el escándalo de lo sexual. El Martín Fierro prescinde de tales estímulos por voluntad de José Hernández y porque la vida erótica de los gauchos era rudimentaria. ®

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