La Gran Fuga

No es una película, es un estudio reciente de una universidad europea que determinó que Argentina es el país que más científicos ha perdido. Por cuestiones políticas o económicas, los mejores cerebros son obligados a emigrar y muy pocos regresan y casi ninguno a trabajar.
Un caso de gran repercusión en Los Angeles y en el resto del mundo nos recordó esta realidad. Me refiero a la separación de las siamesas guatemaltecas en el hospital de UCLA. Un médico argentino, Jorge Lazareff, dirigió un equipo de 50 profesionales que realizó esta sensacional intervención quirúrgica. El doctor Lazareff es jefe del departamento de Cirugía Pediátrica de UCLA. Recibido en la Universidad de Buenos Aires, hizo su residencia en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez y fue jefe de residentes del Hospital Juan A. Fernández. A mediados de los ochenta se fue de Argentina por falta de oportunidades, y siguió sus estudios en Sudáfrica y en Canadá. Vive en los Estados Unidos desde 1993 con su esposa, también médica, y sus dos hijos. Jorge tuvo la amabilidad de charlar con EL SUPLEMENTO y dejarse sacar unas pocas fotos, aunque bajo protesta.
Entrados en la charla Jorge nos contó que en cuanto se enteró del caso se interesó por el gran desafío que presentaba. La operación ya había sido rechazada y catalogada como “imposible” por hospitales en Canadá y los Estados Unidos. Cuando decidió que podía hacerla, viajó a Guatemala para convencer a los padres de las siamesas, luego comenzó a comprometer a colegas para que lo ayudaran voluntariamente y a las autoridades de UCLA para que donaran el uso del equipo, de las instalaciones y de todo el personal de apoyo que, seguramente, iba a tener una jornada maratónica. Cuatro neurocirujanos, cuatro cirujanos plásticos, cuatro anestesistas y ocho enfermeras sólo para la operación. Más los profesionales y técnicos necesarios para los laboratorios, los análisis, la disponibilidad de sangre y de suero, y el control de los aparatos del quirófano. Comenzaron a las siete de la mañana y terminaron 23 horas después.
E.S.: “Debe haber sido agotador”
J.L: “Al contrario, el tiempo se pasó volando”.
Lo miramos con incredulidad y nos aclaró que todas las personas envueltas en la intervención trabajaron cargadas con la energía del grupo. “La medicina es una actividad social” dijo, e insistió con que la pasión que cada uno puso en su tarea creó un ambiente en el que nadie se quejó del cansancio a pesar de la ciclópea empresa. Las aberturas y las incisiones fueron planeadas por los plásticos que fueron los que tuvieron que reconstituir los cráneos y reponer las pieles. Nos explicó que una de las complicaciones era que los vasos sanguíneos se cruzaban y la sangre de una iba al sistema circulatorio de la otra. Anestesiarlas llevó cuatro horas, obturar cada vaso y redirigir la corriente hemática llevó otras tantas, ya que había que esperar los efectos inmediatos sobre los cerebros.
E.S:“¿Usaron computadoras o robots para operar?”
J.L.:“No, no, todo fue con métodos tradicionales”
La vieja magia de la mano y el bisturí.
Las dos hermanitas ya están en una casa en la capital ya que en Belén, una aldea de Suchitepéquez, de donde son originarios los padres, no tiene servicios básicos. Por ahora, todo hace pensar que vivirán muchos años. Healing the Children, una organización que ayuda a niños en el extranjero y que fue la que dio con ellas por primera vez, recibió una donación anónima de 450.000 dólares. La cuenta se calculó en más 1.500.000 dólares.
El doctor Jorge Lazareff, en todo momento enfatizó el trabajo mancomunado del equipo y evitó hablar de su liderazgo y sus méritos personales. Una modestia característica de los grandes hombres. Nos alegramos por sus éxitos y su fantástica carrera profesional; por otro lado, nos apena que nuestro país no proteja a científicos de tanta valía. Ø