El día en que se robaron La Gioconda (Cuarta Parte Final)

El grito, de Edvard MunchComo hemos visto en las tres versiones del robo de La Gioconda que venimos comentando, participan, junto a los principales actores, otros distintos personajes.
Y tiene que ser así, pues si bien se parte de un hecho verídico, cada autor ha agregado luego su propia ficción y novela.
Así, en el libro de Caparrós encontramos un personaje femenino, Valerie Larbin, que no figura en las otras dos presuntas biografías. En esta versión, ella es la que contacta a Vincenzo Perugia con Valfierno. Valerie pretenderá trabajar en los planes y ejecución del robo, pero por decisión de Valfierno quedará fuera del mismo, según explica él, para su propio bien.
Realizado el robo, Valfierno le dará mucho dinero para que desaparezca de París y nunca más vuelva a ver a Vincenzo.
Las tres versiones difieren en varios aspectos: de cómo se planificó el robo, cómo se consumó, quiénes entraron al Louvre para perpetrarlo, a dónde se llevó y escondió el cuadro, qué suma recibieron los participantes por parte de Valfierno y quiénes compraron las copias. Pero en esto último, Caparrós, con gran imaginación, nos habla del coronel Gladstone Burton, de un banquero que visitó Valfierno en su casa de campo, del petrolero al que entrevistó en su oficina, del magnate del acero en su suite del hotel Waldorf, del aristócrata de Filadelfia y del gran matarife de Chicago. Todo esto hasta llegar a la presunta entrevista entre Valfierno y Decker (o Becker), en la que el ladrón le contará todos los detalles desconocidos para que el otro los publicara después de su muerte.
Dejando de lado todos los personajes ficticios, veamos qué es lo único que se puede considerar verídico de esta historia y algunas posibilidades de lo que pudo haber ocurrido.
Remontándonos en el tiempo, debemos recordar la gran cantidad de copias de La Gioconda hechas por los discípulos de Leonardo, como Luini y El Salaino, y también por Rafael y otros pintores. Muchas de estas copias se encuentran en diversos museos o en colecciones particulares. El cuadro del Louvre tenía a su favor (decimos tenía porque creemos que lo que se exhibe actualmente es una copia) el haber sido adquirida por Francisco I y no haberse ignorado nunca desde entonces, donde se encontraba.
Pero no es sólo en La Gioconda donde Leonardo puso el rostro de Mona Lisa, sino que lo colocó también en los cuerpos de los San Juanes y de los efebos bellísimos.
A su vez la Gioconda del Museo del Prado fue por mucho tiempo considerada como la original, pero según los entendidos, no es más que una hermosa copia hecha probablemente por una mano flamenca, distinta en el fondo y en algunos accidentes del traje y que está ejecutada sobre tabla como la original.
Y así llegamos al año 1911. En torno al robo se tejieron varias leyendas y novelones. El único identificado fue Vincenzo Perugia, detenido en Italia cuando llevó el cuadro para venderlo. En su declaración, manifestó que no tuvo cómplices en el robo.
Como se comprobó después, al robar el cuadro, Perugia dejó sobre el cristal que protegía la pintura la huella de un pulgar, lo que hubiese bastado para descubrirlo enseguida, pues las autoridades lo habían fichado en 1909. Sin embargo, por un descuido de la policía (¿), pudo escapar a la nueva ficha antropométrica y a su confrontación con la huella dejada en el cristal.
Todo lo demás es novela. Además no sabemos con certeza si el cerebro del robo fue Valfierno o algún otro. No sabemos si el cuadro entregado por Vincenzo fue el original, pues la autenticidad del Museo pudo también haber sido falsificada y entonces pudo haber entregado la séptima copia hecha por Chaudron. No sabemos si Valfierno quemó o hizo quemar el original para destruir la única prueba de que las otras eran copias de Chaudron.
Desconocemos si Valfierno contó realmente a Decker su historia, o si todo fue inventado por el periodista, pues ya Vincenzo Perugia había desaparecido.
Resulta gracioso que en la jerga italiana Vincenzo o Vichenzo significa tonto, gil, otario o individuo fácil de robar.
Debemos decir que el robo de obras de arte es tan antiguo como el hombre. Si bien el de La Gioconda fue el que tuvo más repercusión, no podemos dejar de mencionar algunos mucho más recientes, como el que protagonizaron dos individuos enmascarados el 22 de agosto del año pasado, en el Museo Munch de Oslo. Estos ladrones se llevaron una copia de “El grito” (1893) y de “La Madonna” (1894).
Ningún país ha quedado fuera del circuito de los ladrones de obras de arte.
La UNESCO ha calculado, a comienzos del milenio, que el valor total de los robos de obras de arte que se cometen cada año en el mundo asciende a diez mil millones de dólares. O sea que, después del tráfico de drogas, el robo de obras de arte representa el negocio ilegal más redituable del mundo.
Por último, nos queda dar los nombres de los autores por cuyas obras tienen más preferencia los amigos de lo ajeno: Picasso (379 obras robadas), Miró (279), Chagall (249), Dalí (184), Durero (145), Warhol (126), Matisse (64), Hockney (51), Klimt (47) y Toulouse Lautrec (43)
Será, mis amigos lectores, hasta el próximo robo. Ø
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