Editorial • Febrero 2013

La noticia –el reporte, más bien- apareció hace unos días en el The Huffington Post y nos dejó en silencio y con una sonrisa en los labios. La verdad es que hubiésemos querido decir algo, pero por unos minutos era obvio que el nudo que se nos había formado en la garganta lo impedía y nadie quería arriesgar a pronunciar una nota en falsete. Entonces, qué mejor que escribirlo y compartirlo con todos ustedes.
Es la historia de Gonzo, un perro husky que, luego de pasar buena parte de su corta vida corriendo por sobre la nieve y tirando de trineos de aquí para allá, un día se quedó ciego. Por sus venas aún corría la sangre de la rebeldía y la pasión por el aire frío y limpio de su natal New Hampshire; sus músculos no habían cambiado, seguían potentes y vitales. Gonzo pasaba sus días entre sus hermanos y colegas, meta empujar trineos, con la vista siempre puesta en el horizonte y tirando felices mordiscones al aire, o hacia las orejas de alguno de sus congéneres. ¿Qué iba a hacer a partir de ahora? ¿Tirarse a dormir al lado del fuego mientras afuera los demás ladraban de entusiasmo o se lamentaban de cansancio al final del día? ¿Se daría por vencido, abatido por la ceguera y el aburrimiento? Si bien creemos que los animales no deben ser utilizados para entretenimiento humano, Gonzo creció corriendo al lado de los suyos, tirando de los trineos para la empresa de paseos Muddy, y eso era lo que lo mantenía ocupado y entretenido a diario. Esa era su vida.
A sugerencia del veterinario, sus cuidadores, lejos de jubilarlo, le hicieron un lugar en la fila de huskies, poniéndolo al lado de su hermano, con quien había compartido infinidad de mañanas y tardes de corridas. El dúo no tardó mucho en comprender la situación y ponerse de acuerdo para adaptarse a los nuevos tiempos: Gonzo entendió que, a pesar de no ver, regresaba a su trabajo, a las corridas, a los empujes, a los ladridos al viento. Su hermano Poncho, por su parte, se dio cuenta de lo que pasaba y le ofreció a Gonzo su hombro para guiarlo. Al principio, es verdad, se molestaba un poco por tenerlo tan encima de él; a los pocos días, se adaptó a su nueva función de guía.
Hoy, mientras que los demás perros encaran la recorrida con el hocico hacia adelante y escudriñando el camino, Gonzo inclina la cabeza orientándose con el oído y el olfato... y corre a la par de todos.
Sin proponérselo y sin importarles en lo más mínimo, Gonzo y Poncho son hoy celebrities entre los huskies de New Hampshire; uno, sobreponiéndose a su discapacidad para seguir trotando sobre la nieve; el otro, ofreciendo su hombro para guiar a su hermano ciego.
No hay nada que hacer: sin bien algunos hacen lo imposible para transformar la vida sobre la Tierra en un infierno, nunca falta algo o alguien –hombre o mujer, perro o gato, montaña o eucalipto- que nos enseña que, a pesar de todo, la vida es bella. Muy bella. ¤

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