Encantamientos y desencantamientos: El Refrán 27° parte

El Duque y la Duquesa que recibieron a Don Quijote y a Sancho Panza en su castillo, escuchaban a los héroes con gusto pero maquinaron burlarse de ellos con hechos que parecieran nuevas aventuras.

Con respecto al ejercicio de la caza, Sancho Panza, que ya se veía gobernador de una ínsula, consideró que eso era cosa de holgazanes y no para los gobernadores, y “que esas cazas ni cazos no dicen con mi condición ni hacen con mi conciencia.”
El duque le desea que así sea porque “del dicho al hecho hay gran trecho”. La réplica de Sancho es contundente y le dice que “al buen pagador no le duelen prendas”, y “mas vale al que Dios ayuda que al que mucho madruga” y “tripas llevan pies, que no pies a tripas”. Con esto quería decir que él hacía lo que debía con buena intención, y sin duda gobernaría mejor que un gerifalte (persona sobresaliente).
Este conjunto de refranes dichos como a mansalva hace encolerizar a Don Quijote tanto como en otras oportunidades. Pero enseguida Sancho no puede resistir decirle a la Duquesa: “donde hay música no puede haber cosa mala”.
Por otra parte, la Duquesa se admiraba de que Sancho Panza creyera como verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuviera encantada.
Mas adelante, estando todos juntos, vieron avanzar hacia ellos un carro de los que llaman “triunfales” tirado por seis mulas pardas sobre las que venían seis disciplinantes con sus hachas encendidas. Entre todos venía sentada una ninfa vistosamente vestida y de años que no llegaban a veinte ni bajaban de diecisiete; junto a ella, una figura que se cubría la cabeza con un velo negro. Al levantarse el velo se descubrió la misma figura de la muerte, lo que causó pesadumbre a Don Quijote, miedo a Sancho Panza y un sentimiento temeroso en los Duques.
Se presentó como Merlín -aquél que las historias dicen que tuvo como padre al diablo- quien luego de varias consideraciones afirmó que para que Dulcinea del Toboso sea desencantada, era menester que Sancho recibiera tres mil azotes y trescientos en ambas posaderas descubiertas al aire.
Sancho no sólo se negará, sino que tendrá oportunidad de decir estos refranes: “Un asno cargado de oro sube ligero una montaña”, “a Dios rogando y con el mazo dando” y que “más vale un toma que dos te daré”.
El Duque le impone la carga, diciéndole que habrá de ser azotado o de lo contrario no habría de ser gobernador.
La Duquesa pone su cuota de convencimiento, aclarándole que debía agradar y servir a Don Quijote, y le dice: “Dad el sí, hijo de esta azotaina, y váyase el diablo para el diablo y el temor para mezquino, que un buen corazón quebranta mala ventura”.
A pesar de ello, en carta a su esposa, Sancho le cuenta que la Duquesa le besa mil veces las manos, y le pide que le vuelva el retorno con dos mil, que “ no hay cosa que menos cueste ni valga más barata que los buenos comedimientos.”
Pero en la novela de Cervantes no solo encontramos que se habla del encantamiento de Dulcinea del Toboso, sino que aparecen luego la Trifaldi y muchas dueñas con barbas, como resultado del encantamiento de Malambruno.
Ante las cuitas de la Sra. Trifaldi, Don Quijote dice: “Dios sufre a los malos pero no siempre”.
Para desencantarlas, Malambruno exige que Don Quijote y Sancho Panza se suban al caballo volador Clavileño que él enviaría.
Esto es recibido con mal talante por Sancho, afirmando que él no subiría a ese caballo y que Don Quijote podía buscarse otro escudero, y esas señoras otro modo de alisarse los rostros, “que yo no soy brujo para gustar de andar por los aires”. Y agrega todavía el escudero: “en la tardanza va el peligro” y “cuando te dieren la vaquilla acudes con la seguilla”, y “que le perdonen las barbas de estas señoras, que bien se está San Pedro en Roma, quiero decir, que bien me estoy en casa, donde tanta merced se me hace y de cuyo dueño tan gran bien espero, como es verme gobernador”.
No obstante son el Duque y Don Quijote quienes convencen a Sancho para lo contrario. En ese sentido, Don Quijote le intima a que se retire a su aposento y se diera por lo menos quinientos azotes, pues: “el comenzar las cosas es tenerlas medio acabadas.”
Al fin, ambos se suben al caballo de madera, pidiendo Don Quijote que le venden los ojos y que Sancho se los deje cubrir también.
Como si los despidieran, todos los presentes gritaron: “¡Dios te guíe, valeroso caballero! ¡Dios sea contigo, escudero intrépido! Entonces Sancho le pregunta a Don Quijote “¿Cómo dicen éstos que ya volamos si sus voces parecen decirlas al lado nuestro?”. Don Quijote le responde que no repare en eso.
La aventura termina cuando el Duque, la Duquesa y los otros presentes, le prendieron fuego la cola de Clavileño y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires con extraño ruido y dio con Don Quijote y Sancho Panza en el suelo medio chamuscados.
Esta era la forma en que se divertían los Duques con nuestros pobres héroes, un loco y un simplón.
Pero ¡qué lecciones daba este loco! Por ejemplo, dirigiéndose a un paje, le decía: “Advertid , hijo, que al soldado mejor le está el oler a pólvora que a algalia, y que si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os podrá coger sin honra, y tal, que no os la podrá menoscabar la pobreza”.
Nos queda, por último, el refrán en latín, que en esta ocasión pertenece a Séneca: “Nullum mágnum ingenium sine mixturate dementia fuit” (No hay grande ingenio sin matiz de locura). Ø