Editorial • Septiembre 2023

Las pasadas elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) dejaron a la Argentina un poco más convulsionada que de costumbre.

Un ganador inesperado de acuerdo a las encuestas previas, un sabor amargo en la boca de la oposición de Juntos por el Cambio que hasta hace poco preparaban las guirnaldas para celebrar el triunfo, y un humillante tercer lugar para el oficialismo. En verdad, los tres candidatos o espacios más votados terminaron muy cerca uno de los otros, al punto de que se puede hablar de una elección de tercios, cuando el bipartidismo era, como lo es aquí en Estados Unidos, una tradición en la política argentina.
El libertario Javier Milei, líder supremo de La Libertad Avanza, supo leer muy bien el ascenso en su momento de varios populistas de ultraderecha alrededor del mundo, como Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil, e imitarlos en muchos aspectos. El mediático economista se hizo nombre a fuerza de gritos, insultos, el pelo revuelto y un descontrolado histrionismo en un programa de discusión de tinte amarillista de la TV argentina; a eso le sumó propuestas de cambio extremas, alta presencia en las redes sociales, y un personalismo típico de los autócratas antes mencionados. Entre sus propuestas más bombásticas, Milei propone dolarizar la economía argentina y cerrar (o más bien “dinamitar”, según sus palabras) el Banco Central; también se opone a que la educación pública sea obligatoria y gratuita. Milei es además partidario de la libre portación de armas, la reducción de impuestos, y del derecho de cada ciudadano a elegir qué hacer con su propiedad, hasta en el caso extremo de evaluar la venta de órganos.
A decir verdad, Milei no es un loco que le lavó el cerebro a seguidores desesperados. Buena parte de la población argentina está harta de la política tal cual está planteada; harta de la corrupción, de los acomodos, de la pérdida de calidad de vida, de la inseguridad diaria, y sobre todo, de una economía en incesante decadencia, con falta de trabajo o trabajos mal pagos, con inflación eterna y vaivenes constantes. ¿Por qué confiar en los mismos políticos de siempre para sacarnos del pozo en el que nos encontramos, si ellos mismos fueron los que nos hundieron en estas profundidades? Es común por estos días escuchar a muchos de sus seguidores decir: “Si me van a cagar, que al menos me cague uno nuevo”. Una lógica implacable y totalmente entendible viniendo de gente que camina entre la resignación y la bronca.
Más sorprendente aun que el triunfo de un recién llegado fue “el choque de la calesita” de los opositores nucleados en Juntos por el Cambio. Apenas unos meses atrás, el debate dentro de ese espacio que reúne al macrismo del PRO, parte del radicalismo y la Coalición Cívica, entre algún que otro peronista suelto, era por ver quién se colgaría la banda presidencial: el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta o la ex ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Hoy se miran de reojo y no entienden bien qué hacer para evitar una fuga de votos que creían cautivos hacia la figura de quien se apropió de los desencantados.
Los resultados de la interna de Juntos por el Cambio fue una muestra más de ese corrimiento del votante argentino hacia la derecha extrema. Rodríguez Larreta ostentaba años de una buena gestión en la Ciudad de Buenos Aires, modales dignos de un político con esas responsabilidades, y propuestas moderadas. Pero el argentino hoy, como tantos otros pueblos del mundo, no busca moderación, sino todo lo contrario, y eso lo encontró en la ex ministra de Seguridad. Patricia Bullrich era el estandarte de la “mano dura” contra la corrupción y la delincuencia, y con poquito (con muy poquito) le sobraba para captar el llamado “voto bronca”. Con el kirchnerismo terminado y el país en ruinas, iba a ser fácil aglutinar a la oposición para derrotar al oficialismo, cualquiera sea su candidato. Pero su gente miraba hacia el costado equivocado, y no vieron venir a un outsider desde el otro lado. Falta ver si en las elecciones presidenciales toda esa gran masa de indecisos sale a votar en su favor. La idea es que los votantes de Milei, impacientes por hacerse oír, salieron todos en las PASO. Quedan millones de votos para terminar de seducir.
La tercera parte en cuestión es el espacio oficialista, encabezado por el actual ministro de Economía Sergio Massa. Si bien es cierto que su espacio (compitió con el líder social Juan Grabois, un candidato casi testimonial) terminó tercero, el total de votos conseguidos no lo dejan muy lejos de sus contrincantes, algo asombroso, a juzgar por los desastrosos resultados de la gestión actual, y en particular de su propia gestión económica, que multiplicó la inflación, el precio del dólar y la pobreza. Massa, un camaleón de la política, si los hay, no tiene profundas convicciones ni ideología política, sino que se adapta a las corrientes del momento que lo puedan acercar al poder, pero se mueve con más comodidad cerca de la derecha del espectro político.
Como resultado, el próximo presidente argentino surgirá de uno de estos tres candidatos que representan ideas no tan distintas, más allá de matices que los diferencian, y que serán, en definitiva, los que decidirán la suerte de cada uno y, por consiguiente, la de todos los argentinos.¤