La Estatua del Gaucho

La Estatua del Gaucho

PARTE DOS
En la entrega anterior, hablamos de Ignacio Antonio Bermúdez, el rosarino que vino a Los Angeles en los años sesenta y se convirtió en una figura importante dentro de la comunidad argentina. Su negocio, Gaucho Electronics, ubicado cerca del downtown, era un favorito entre los argentinos y el lugar donde iban para comprar sus artefactos eléctricos, especialmente si esos artefactos tenían que ser “adaptados” para funcionar en la Argentina. En 1975, Bermúdez tuvo la interesante idea de instalar una estatua en el espacio verde delante de su negocio: la estatua de un gaucho. Y  estaba dispuesto a pagar el costo de convertir en realidad su sueño. En exclusiva para El Suplemento, esta es la segunda parte de la historia del gaucho: “La realidad del sueño”

 

Las negociaciones entre Bermúdez y la escultora Teresa Fargo de Corominas duraron casi todo el 1978. Luego de explicarle lo que quería, un gaucho inspirado en el Martín Fierro, Bermúdez desde Los Angeles mandó a su amigo Carlos Avilas a buscar una maqueta demostración que la escultora había hecho.  Esta muestra fue rápidamente aprobada en Los Angeles, y antes de finalizar el año la rosarina ya estaba trabajando en su obra maestra. Para concretar el sueño intervinieron varias personas importantes de Rosario, amigos de la escultora y todos expertos en su materia. Como se imaginan, una obra tan grande necesitaba toda una operación logística. Lo bueno es que, luego de más de un año de trabajo, una hermosa estatua de bronce de casi 700 kg que medía más de dos metros de altura, se había convertido en realidad. Era el 27 de noviembre de 1979.
   Luego de obtener las autorizaciones necesarias, la estatua, metida en una caja de madera, hizo el largo viaje a los Estados Unidos sin incidente alguno. Apenas llegó, el Sr. Bermúdez le encontró un lugar dentro del warehouse de Gaucho's Electronics, e inmediatamente empezó el proceso para conseguir el permiso municipal necesario para colocarla en el espacio verde delante del negocio. Grande fue su sorpresa cuando llegó la respuesta municipal. La Ciudad de Los Angeles rechazaba su regalo y no autorizaba la instalación en el lugar deseado.  

La estatua, un liability para Los Angeles
   Lo que Bermúdez ignoraba es que Los Angeles es tradicionalmente poco amiga de las estatuas, aunque vengan regaladas. Las autoridades municipales inmediatamente se imaginan los costos de mantenimiento, y las responsabilidades, o “liabilities”, como dicen por aquí. Además, en una ciudad diseñada para vehículos y no peatones, ninguna estatua tiene el impacto positivo en la conciencia pública que puede tener en Buenos Aires o Nueva York. Algunas estatuas han sido aprobadas, pero normalmente eso requiere que sea políticamente conveniente, que los beneficios políticos superen los costos. Y en el Los Angeles de los años ochentas, como sería igual hoy, nadie podía imaginarse por qué una estatua que representaba un símbolo de la Argentina tenía que hacer su debut en el medio de una gran ciudad norteamericana donde los argentinos son una muy pequeña minoría.  Se intentaron distintas gestiones, pero no había forma de convencer a los funcionarios municipales.
   Si el rechazo municipal fue un golpe para la estatua del gaucho, otro iba a llegar en noviembre de 1989. Sorpresivamente, el “Gaucho” Ignacio Bermúdez sufre de un ataque al corazón y muere, dejando el trámite pendiente. Pero por suerte, en su testamento no se había olvidado de la estatua. Bermúdez se la dejó a una amiga de la comunidad argentina que se había mostrado interesada en ayudarlo ante las primeras dificultades. Ahí comienza lo que sería la parte más dolorosa de esta historia. Pasaban los años, y mientras la estatua dormía en un garaje particular, distintos miembros de la comunidad argentina intentaban encontrarle solución al “problema del gaucho”. Finalmente descartada la complicada Ciudad de Los Angeles, una solución parecía ser ubicar al gaucho en un espacio público de una de las muchas otras ciudades independientes que hay en la región. Pero para lograr eso es necesario contar con una persona con buenos contactos en los distintos municipios, algo que la comunidad argentina de esos años no tenía. En un momento la Asociación Argentina de Los Angeles estuvo cerca de aceptar la estatua y colocarla dentro de su propiedad. Pero finalmente no hubo consenso y la idea se descartó. El pobre gaucho iba a seguir en su lecho, sin ver la luz del día.  

El Gaucho encuentra su lugar
   Fue solamente en los últimos años, con la aparición en escena de una nueva generación de líderes comunitarios, que se volvió a discutir el tema. Pablo Garriga, director de El Suplemento, utilizó todos sus contactos en una campaña para que la gente nueva tome conciencia del histórico problema. César Fratantoni, terminada su participación en la exitosa restauración del busto del Parque San Martín de Lakewood, prometió examinar el tema e inmediatamente opinó que tenía sentido que la Universidad de Santa Barbara, conocida como “el hogar de los gauchos” era la mejor apuesta. Pero llegó tarde. Luis Corominas, hijo de la escultora y residente de Stockton, ya se había adelantado mandándole un email a distintos departamentos de la institución. La respuesta de la administración central fue poco alentadora, pero alguien mostró interés. La asociación de ex alumnos de la universidad, The Alumni Asociation, y George Thurlow, director ejecutivo de la asociación, entra en la historia como el hombre que se movió para darle un nuevo hogar a la estatua. Luego de dos años de demora, la instalación se produce en abril de este año. Faltaba la restauración, hecha por la misma gente que restauró el busto de José de San Martín en Lakewood.
 La comunidad argentina debe saber que, gracias al desempeño de los argentinos mencionados, la estatua “Gaucho Argentino” de Teresa Farga de Corominas se encuentra hoy instalada en el patio del Alumni House de la Universidad de Santa Barbara.  Un final feliz para un largo recorrido. ¤

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