Editorial • Enero 2023

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Argentina es un tango. Es ese frenético pique corto que nos mandamos en al andén de la línea C del subte porteño con la esperanza de subir antes de que se nos cierren las puertas en la cara.

Es el rostro desolado de una virgen sufriente torpemente hecha de yeso y pintada a mano a las apuradas. Argentina es ese auto destartalado que no quiere arrancar sin mediar colosales empujones, hasta que un juego de destreza entre la mano girando la llave y los pies apretando el embriague y el acelerador en el momento justo lo hacen toser una bocanada de humo negro a través del caño de escape y una sorda explosión proveniente de algún rincón del motor.
Por eso, no podíamos ganar la final del Mundial de fútbol con la tranquilidad de los primeros 75 minutos del partido. No; teníamos que sufrir. Se nos tenía que venir el corazón a la boca, no una, sino dos y tres veces, antes de pegar el grito de la emoción, del desahogo.
Algunos dirán que así las cosas se disfrutan más, cuando cuestan sudor y lágrimas, y nos mantienen en vilo hasta el instante final. No sé, quizás nos hemos puesto viejos, pero alguna que otra victoria que no nos lleve al vilo de un paro cardiorrespiratorio sería muy apreciada, vea usted.
La final del Mundial Catar 2022 será el tema que nos desvele durante los próximos días, o durante las próximas semanas, tal vez, y no es para menos. Necesitábamos festejar algo; un logro conjunto, de equipo, de sociedad, de país. Y el fútbol vino a aportar eso: las calles vibrantes de fervor popular, los saltos alborotados junto a perfectos desconocidos, sin importar de qué lado de la grieta política estaban, o si eran de Mataderos, de Barracas o del pueblito de alguna provincia del norte.
La fiesta en la capital argentina terminó siendo la manifestación popular más grande de la historia de nuestro país. La 9 de Julio, la Plaza de Mayo, la Avenida de Mayo, Diagonal Norte, y todas las calles de los alrededores resultaron tapizadas por una multitud celeste y blanca, un fenómeno que se replicó en varias otras ciudades y pueblos del país y unas cuantas otras del mundo, desde Miami a Nápoles, y desde Los Angeles a Barcelona.
La final entre Argentina y Francia se trató de un suceso a nivel mundial, tanto que, según afirmó el CEO de Google, Sundar Pichai, el día del partido rompió récords de búsqueda en los 25 años de existencia de la más popular de las “search engines”. Asimismo, la red social Twitter registró unos 24,400 mensajes por segundo durante los últimos minutos del tiempo regular del partido.
Muchos protestarán porque el triunfo deportivo distraerá a los argentinos de la patética situación política, económica y social que vive el país, en vez de marcarle la agenda a los funcionarios públicos que destrozan la nación día a día. Sin embargo, ya hemos visto que la efervescencia por los logros deportivos, por más grandes que sean, no dura más de dos o tres semanas. Quizás alcance, entonces, para que al gobierno nacional no se le complique la calle antes de fin de año -los diciembres en Argentina suelen ser conflictivos- y le de un respiro durante un enero en el que miles de compatriotas enfilan hacia las playas. Pero ni las más gloriosas de las victorias futboleras pueden calmar el hambre de los que no tienen para comer, ni darle refugio a los que no tienen techo, ni proteger a los ciudadanos indefensos contra las balas de la inseguridad. Por otra parte, los jugadores de la Selección han decidido no prestarse a ser usados políticamente por nadie, por lo que una parte del circo ya está clausurada antes de la primera función.
Argentina ganó con autoridad, imponiendo su garra y su calidad, y resultó ser un justo campeón. Pero comentar los detalles del partido no es la intención de esta primera editorial del 2023. Nomás queremos resaltar un evento que nos ha hecho vibrar y festejar en un momento en el que el país se encuentra en la lona, y, por qué no, celebrar con ustedes el comienzo de un año que deseamos lleno de momentos felices como el de Lionel Messi levantando para todos los argentinos la Copa del Mundo. ¤

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