Las enfermeras de la guerra

Las enfermeras de la guerra

Doris West veterana de la Guerra de Malvinas
Fueron muy pocas las mujeres que participaron en las islas durante la Guerra de Malvinas. En el listado oficial de la Armada, Fuerza Aérea y Ejército, se consideran “veteranas de guerra” a solo trece de ellas, de las cuales ocho eran enfermeras o instrumentadoras quirúrgicas

Del ejército fueron seis las que trabajaron en el rompehielos Almirante Irizar, que había sido convertido en buque hospital: Norma Etel Navarro, María Cecilia Riccheri, María Marta Lemme, Susana Maza y Silvia Barrera, del Hospital Militar Central, además de María Angélica Sendes, del Hospital Militar de Campo de Mayo. Todas eran voluntarias y muy jóvenes, sin experiencia, ni formación militar, y con nula preparación para participar de una guerra contra una potencia militar como era y es el Reino Unido.
Liliana Colino, voluntaria de la Fuerza Aérea, viajó a rescatar heridos en un avión Hércules C-130. En el aeropuerto de Malvinas recogió decenas de heridos que fueron llevados al continente. Una experiencia muy solidaria, pero a la vez terrible; tanto, que posteriormente le provocó inmunodeficiencia genética por estrés postraumático.

Doris West, una historia de película

La historia de Doris Renee West (Tres Arroyos, 05 de marzo de 1930) es distinta. Ella era una enfermera civil, que trabajaba en el buque mercante Formosa, en la ex Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), disuelta en la década del 90 durante la ola privatizadora impuesta por el presidente peronista Carlos Saúl Menem.
Doris había ingresado a trabajar en 1978 como enfermera de buques mercantes. En el carguero Formosa habitualmente cubría la ruta Argentina - Golfo de México/Mar Caribe.

“Al otro día nos bajamos y nos fuimos”, declaró Gustavo. “La carta le llegó a mi mamá a través de una enfermera en Los Hornos, cerca de La Plata. Mi mamá estaba haciendo mandados en un almacén y la mujer le entrega la carta. Mi mamá se desmayó. A partir de ahí hicieron una gran amistad”

Según sus propias palabras, se enteró de la invasión de las Islas Malvinas cuando volvía al país:
“Veníamos de un viaje desde el Golfo de México (Houston, Texas), y al llegar al puerto de Buenos Aires nos enteramos de que habían invadido las islas. Estábamos en guerra. Cargaron el barco, subieron militares con pertrechos y salimos con rumbo desconocido hasta llegar a Puerto de Punta Quilla, en Santa Cruz, a las 7 de la tarde del 2 de abril”.
Su destino manifiesto, sin embargo, era Puerto Argentino, en las Malvinas: “En ningún momento tuve ganas de abandonar el barco. Lo hubiera vivido como una traición, nunca pensé en bajarme”, declaró.
Vale aclarar que, en ese momento, el Reino Unido había decretado una zona de exclusión. Por lo tanto, cualquier buque que se dirigiera a las islas se consideraría un blanco legítimo de guerra. No obstante, el buque mercante Formosa logró burlar en dos oportunidades el bloqueo inglés, trasladando municiones y comida para los soldados. Y no era un blanco pequeño. Todo lo contrario: con sus 159 metros de eslora (una cuadra y media), la silueta del Formosa se divisaba desde muy lejos. Con un desplazamiento de 20.704 toneladas contaba en ese momento con 41 tripulantes, 40 hombres y una sola mujer: Doris.

El arribo a la Islas Malvinas

“Llegué a Malvinas el 24 de abril y estuve hasta el 1 de mayo. En Puerto Argentino, los aviones ingleses ya habían empezado a bombardear”, manifestó luego Doris, con pasmosa tranquilidad. Ella padeció el primer bombardeo británico sobre el aeropuerto de Malvinas y Puerto Argentino con aviones Vulcan, que habían despegado desde la Isla Ascensión y fueron reabastecidos en pleno vuelo.
Durante su estadía en Puerto Argentino, Doris tuvo la oportunidad de curar las heridas de Gustavo Polo, un soldado del ejército que recibió una esquirla, producto de una bomba arrojada por un avión Sea Harrier. Ella lo recuerda como “un chico de la ciudad de La Plata”.
El Suplemento entrevistó a Gustavo Polo, quien relató su experiencia: “Yo era un soldado de la X Brigada de Infantería de La Plata. Conscripto. En Moody Brook me enfrenté con los británicos, cerca del Monte Dos Hermanos”. “Me sentía mal, estaba herido y con un hambre terrible. Subo al Formosa para que me curaran. Cuando aparece Doris no lo podía creer: ¡era una mujer!”. “Calculo que tendría unos 45 años (en realidad tenía 52), vestida con guardapolvo. Fue muy amable conmigo y me curó el corte en el brazo. El barco se iba al otro día. Mientras me curaba hablamos de la vida… Y yo me puse a llorar como un chico”.
Dado que el joven conscripto se quería ir con ellos, Doris lo tranquilizó diciéndole: “Gustavo, no te podemos llevar. Lo único que puedo hacer por vos es darte una lapicera y papel para que le escribas una carta a tu mamá”. Gustavo la escribió y se la entregó a Doris.

Las bombas sobre el Formosa

Miguel Belikow, que en ese momento formaba parte de la tripulación del Formosa como Alumno de la Escuela Nacional de Náutica, relata que: “En la Bahía San Sebastián, ese 1 de mayo, cuando volvíamos al continente, nos atacan tres aviones. Era una tarde nublada, y estaba lloviznando. A pesar de que el Formosa tenía grúas amarillas, señal de que era un carguero y no un petrolero, nos arrojaron tres bombas. Las bombas explotaron cerca del barco. Además, nos ametrallaron”.
En ese momento, Doris se encontraba en su lugar de trabajo, la enfermería, dedicada a preparar vacunas, analgésicos y todo lo necesario para curar heridos. De pronto, escuchó los motores de los aviones, ruido de hierros en la cubierta del barco, y la explosión de las tres bombas. Posteriormente el sonido de ametralladoras.
Por segunda vez y en el mismo día, el Formosa había sobrevivido a bombardeos de aviones enemigos… ¿O no?
Belikow cuenta que “El domingo 2 a las 8 horas, estábamos recorriendo la cubierta del barco para hacer un recuento de daños. Ahí fue que descubrimos un paracaídas. Y cuando observamos bien, nos dimos cuenta de que una cuarta bomba, sin explotar, había quedado alojada en la bodega número 4. Inmediatamente se alertó a toda la tripulación, y el personal propio (los contramaestres) se dedicó a trincar la bomba. Es decir, a ‘inmovilizarla’ para que no explotara”.

“Una bomba había caído en la bodega, pero de milagro no detonó. Fue un error. El atacante era un avión argentino, tripulado por el capitán Pablo Carvallo, de la Fuerza Aérea Argentina, que nos había confundido con un mercante inglés”

Según recuerda Doris “Los hombres de la tripulación estaban lívidos, muertos de miedo. Sabían lo que la bomba nos podía hacer. Recién al año de que la guerra terminara, supimos que el ataque había sido de fuego amigo”. Cuando la bomba, que estaba en la bodega del buque, fue desarmada por Pedro Prudencio Miranda, se descubrió que era argentina, porque los aviones que bombardearon el Formosa eran argentinos. De allí la expresión “fuego amigo”.
Debido a su heroísmo, Miranda recibió la Cruz al Heroico Valor en Combate, la más alta condecoración militar que entrega el estado argentino.

El Formosa llega a puerto

Una vez que todos estuvieron a salvo, el Formosa retornó al continente. Y la carta escrita por Gustavo Polo llegó a destino. Doris West se la entregó en mano a Ester, la madre de Gustavo, quien, al recibirla, literalmente se desmayó de la emoción.
Con el tiempo, Doris y Ester se hicieron muy amigas. Y Doris asistió al casamiento de Gustavo. Pero esa es otra gran historia. ¤

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