Editorial • Junio 2014

Tiempo de ilusión... y escepticismo
El último partido que la selección argentina de fútbol disputó en un mundial lo recordamos como una pesadilla. La albiceleste, por entonces bajo las órdenes y desórdenes de Diego Maradona, era vapuleada por Alemania, un equipo veloz y preciso que parecía jugar “en otra liga”. Al promediar la segunda mitad, con  cuatro goles adentro, los jugadores ya no atinaban ni a correr tras los germanos y compartían con el pueblo futbolero el mismo rezo: que este partido se termine de una maldita vez.

Eso fue hace cuatro años. Parece mentira, ¿no? Hoy el tiempo de revancha se cuenta en días y las ilusiones (y el escepticismo) se renuevan. Por primera vez en muchos años Argentina no llega como candidata; tan solo una más entre las potencias de siempre. Las esperanzas giran en torno a que Lionel Messi de una vez por todas emule al Gran Diego modelo '86 y se convierta en el héroe que comande a un equipo bastante modesto hacia la final.

Desde aquí enviamos nuestro apoyo a los jugadores argentinos, esperando que sepan defender con profesionalismo esa camiseta que han vestido tantos grandes de nuestro fútbol.

La cuestión social
A primera vista, parecería impensado que el pueblo de un país tan futbolero como Brasil se oponga a la realización de una Copa del Mundo en su tierra. Sin embargo, durante los últimos meses decenas de multitudinarias manifestaciones pusieron en jaque al gobierno y preocuparon a la ya bastante preocupada FIFA. Vale recordar que hace menos de un año el secretario general de la FIFA, Jerôme Valcke, declaró que Brasil necesitaba “una patada en el trasero” para acelerar los preparativos del evento. Hoy, a días del inicio, hay estadios sin terminar y la situación social se ha puesto bien espesa.

Según la mayoría de las encuestas, el mundial tiene entre la población un nivel de apoyo de entre 50 y 60%. Muchos cuestionan que se gaste dinero en la organización del Mundial mientras que millones de brasileños sufren hambre y privaciones. Los tres pilares de las demandas no han cambiado en los últimos meses: salud, educación y transporte público.

Se estima que hasta ahora Brasil ha gastado unos US$15.000 millones en obras, la mayor parte dinero público. En un país en donde el salario mínimo equivale a unos US$310 y millones de personas viven en la calle o en condiciones precarias, eso es mucho.
“Si no cumplen con nuestras exigencias vamos a parar la Copa. Si no respetan nuestros derechos, el 12 de junio no habrá inauguración”. Así se expresaron los militantes del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), una de las organizaciones sociales más activas en São Paulo.

En unos días más comenzarán a llegar unos 600 mil turistas extranjeros, que se sumarán a los tres millones de brasileños que se movilizarán a lo largo y ancho del país para presenciar algunos de los partidos del mundial. La ola de protestas no se detiene; por el contrario, el movimiento que propone “Não vai ter Copa” crece día a día. No tenemos dudas de que si la verde-amarela conquista su sexta Copa la samba no parará de sonar por semanas. Sin embargo, el camino a la final, quienquiera sea que tenga la fortuna de jugarla, estará plagado de piquetes, protestas y cuestionamientos al evento deportivo más grande del planeta. ¤