Tras la huída del fortín, Martín Fierro se hace matrero, viviendo a cielo abierto, en los pajonales. Y en una de esas noches, llega una partida policial que lo rodea, con el fin de arrestarlo por las muertes que debe. (“Como a perro cimarrón/ me rodearon entre tantos,/ yo me encomendé a los santos/ y eché manos al facón.”)
En la pelea realizada en la oscuridad, Martín Fierro que defiende su vida, combate con garra y desesperación que no tienen los de la partida, y mata o hiere a varios de sus agresores.
El sargento que manda a la policía, se impresiona por este coraje, y Jorge Luis Borges nos dice: “Increíblemente para nosotros, se pone de parte de Martín Fierro y pelea junto a él contra sus propios gendarmes”. “Su decisión -sigue Borges- se debe a que en estas tierras, el individuo nunca se sintió identificado con el estado, individualismo que puede ser una herencia española.”
Posteriormente el sargento, que se llama Cruz, le contará a Martín Fierro su historia que es la misma de éste, y también ha matado a dos hombres. Una vez que han intercambiado sus confidencias, se deciden a cruzar el desierto para refugiarse entre los indios. Internados en el mismo, se presume que se pierden.
En estrofas que conmueven, termina la primera parte: “Cruz y Fierro de una estancia/ una tropilla se arriaron,/ por delante se la echaron/ como criollos entendidos,/ y pronto sin ser sentidos/por la frontera cruzaron”. “Y cuando la habían pasao,/ una madrugada clara,/ le dijo Cruz que mirara/ las últimas poblaciones,/ y a Fierro dos lagrimones/ le rodaron por la cara”.
La obra entonces se cierra con los dos personajes que se alejan y que desaparecen rumbo a un incierto porvenir.
La segunda parte fue escrita muchos años después.
Sabemos que “El Gaucho Martín Fierro” se publicó a fines de 1872. Al cabo de siete años, se habían agotado once ediciones en la República Argentina y en la República Oriental del Uruguay, es decir, 48 mil ejemplares, cifra enorme para la época.
En 1879 aparece “La Vuelta de Martín Fierro”. En el manuscrito, la estrofa inicial era la siguiente: “Atención pido al silencio,/ y silencio a la atención/ que voy en esta ocasión,/ si me ayuda la memoria/ a contarles de mi historia/ la triste continuación”. José Hernández modificó para la edición los dos últimos versos, que ahora se leen así: “a mostrarles que a mi historia/ le faltaba lo mejor”.
Los dos nuevos amigos atraviesan el desierto y llegan a unas tolderías del oeste de la Provincia de Buenos Aires. Pero arriban en mal momento, pues los indios están preparando una invasión y los toman por espías. Un cacique los salva de la muerte, pero quedan como prisioneros y así pasan los años.
La primera parte de la obra se nos ha mostrado durísima; veremos que en la continuación, José Hernández logra la proeza de mostrarnos otra que la supera en ferocidad y quizás con cierto carácter diabólico. †