Editorial • Junio 2017

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Las paredes de la Sala del Tronetto, en el Vaticano, fueron testigos de uno de los encuentros más improbables de los últimos tiempos. Hace tan solo unos meses atrás el Papa Francisco cuestionaba la cristiandad del presidente estadounidense Donald Trump, a quien indirectamente acusaba de levantar muros en vez de tender puentes entre los seres humanos, a lo que el magnate respondía que él es una buena persona y que es vergonzoso que un líder religioso lo juzgue por eso. El tiempo fue calmando las aguas y durante el pasado mes de mayo, ambos se reunieron en el Vaticano.

 

Si una foto habla por mil palabras, la foto oficial del encuentro lo dice todo. Un Trump de sonrisa plena para las cámaras, su esposa y su hija duras y visiblemente incómodas, y un Francisco de gesto adusto que parece estar saliendo de su Vía Crucis personal.
Es obvio que, aunque no puedan decirlo, el Papa y Trump se aborrecen mutuamente. Uno promueve los valores de la humildad y la espiritualidad; el otro, los de la opulencia y el materialismo extremo. Uno propone derribar muros; el otro construirlos y asegura que nadie construye muros mejor que él. Uno aboga por ponerle un fin a la proliferación de armamentos, ya que “si se fabrican y venden, tarde o temprano terminarán usándose”; el otro trabaja por armarse hasta los dientes y declara que su plan significará “uno de los incrementos más grandes de la historia estadounidense”. Uno imagina “una Iglesia pobre, para los pobres”; el otro declara que parte de su grandeza es que es millonario. Uno considera que “el cambio climático representa la más grave amenaza que enfrenta la humanidad de hoy”. Al otro el cambio climático siempre le importó un rábano, y considera que es “un concepto creado por y para los chinos para hacerle perder competitividad a las manufacturas estadounidenses”.
A pesar de todas estas marcadas diferencias, ambos lograron juntarse para hablar de terrorismo, la radicalización de la juventud, inmigración, e incluso el medio ambiente, según confirmaron voceros del Vaticano. La reunión ha sido importante para ambos; el Papa tuvo la oportunidad de reclamarle personalmente al presidente de la mayor potencia del mundo que trabaje por la paz, la inclusión y el cambio climático, mientras que a Trump le dio un respiro en su hasta ahora muy criticada gestión a nivel local e internacional y le podría aportar algunos puntos en su alicaída popularidad.
Es difícil determinar qué tanto se han influenciado mutuamente para provocar los cambios que cada uno espera. El Papa Francisco le obsequió al presidente una medalla con una rama de olivo que simboliza la paz que tanto reclama, además de tres encíclicas que se centran en la protección del medio ambiente y en cambiar una estructura económica perversa que explota al ser humano y destruye al planeta. Todo un símbolo hacia un hombre que siempre ha sostenido todo lo contrario. Trump, por su parte, le obsequió al Papa un volumen encuadernado a mano de los trabajos de Martin Luther King, Jr., una roca grabada del King Memorial de Washington DC, y una escultura de bronce de una flor de loto titulada “Rising Above”.
Luego del encuentro, el presidente estadounidense se mostró exultante, declarando que tuvieron “un encuentro fantástico” que ha sido “el honor de su vida”. “Salgo del Vaticano más determinado que nunca en trabajar por la paz mundial”, agregó.
Si algún efecto concreto ha tenido la reunión, estará por verse en los hechos. En estos días, el presidente “está pensando” en si respetará el Acuerdo de París sobre recortar las emisiones de gases de efecto invernadero. Por lo pronto, es un buen dato que dos de las personas más poderosas e influyentes del planeta, como dijimos, esgrimiendo visiones opuestas sobre el rumbo del mundo, hayan podido sentarse para limar asperezas, derribar muros, y, en el mejor de los casos, comenzar a trabajar juntos por el bien de la humanidad.¤

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