¿Llego la hora del sálvese quien pueda?

Estamos viviendo épocas económicas difíciles. Producto de la globalización, los individuos ascienden o descienden en la pirámide social, viven mejor o empeoran, obtienen beneficios o los pierden, ingresan al mundo del trabajo o son arrojados al desamparo. Y lo peor es que todo sucede a un ritmo vertiginoso, casi incomprensible. Se puede pasar de la cima al fondo sin escalas. O viceversa. Ahora, más que en ninguna otra época de la humanidad, nunca fue más cierta la frase del efecto mariposa, aquella que asegura que el vuelo de una mariposa en algún lugar de oriente puede producir una gran tormenta en occidente.
Nos guste o no, en estos momentos todos los habitantes de la tierra estamos tan interconectados como dos hermanos siameses. Lo que le pasa a uno repercute en el otro, inmediatamente, en el corto o mediano plazo.
El ejemplo más evidente de lo relacionados que estamos fue el brote de la gripe H1N1, que el año pasado se esparció por todo el planeta en pocos meses, causando pánico en todo el mundo.
Pero la crisis económica muchas veces no se ve tan claramente. Lo primero para resaltar es saber que esta relación tan íntima entre los miles de millones de personas del planeta, se da en un contexto de suma cero. Es decir, que lo que beneficia económicamente a algunos perjudica necesariamente a otros. Puesto de otra manera: unos se benefician en perjuicio de otros.
Es, salvando las distancias, algo parecido al juego de las sillas, en el que un grupo de personas camina alrededor de varias sillas, por lo general puestas en círculo. En un momento dado una señal, sonido o gesto indica que hay que sentarse. El gran problema es que siempre hay menos sillas que jugadores. Entonces indefectiblemente alguien queda parado y fuera del juego, a la vez que los otros siguen en carrera, jugando, divirtiéndose.
Pero cuando estamos hablando de salud, felicidad, trabajo, educación o nivel de vida, la suma cero no tiene nada de divertido, porque ganan algunos con la condición de que pierdan otros. No hay recursos o al menos intenciones para beneficiar a todos por igual.
La crisis económica, moral y sanitaria es de orden global y afecta a todas las personas y en todo el mundo. Todo indica que ningún habitante se puede mantener al margen de sus beneficiosos o desastrosos efectos. Aun cuando alguien intentara aislarse en una isla remota, como Robinson Crusoe, no podría escapar. No hay lugar donde esconderse.
¿Qué se puede hacer dentro de este contexto? Una de las mejores recetas es adoptar la solución que ya encontraron los emigrantes, los que se marcharon de sus lugares de origen por razones de desarrollo personal o económicas. Cuando se dieron cuenta de que no podían cambiar la situación general del país donde vivían, decidieron irse a otros sitios donde desarrollar sus potencialidades, para progresar y hacer realidad sus sueños. Pero esta opción ya no es tan accesible y no está disponible para todos. Las fronteras del mundo se van cerrando y solo algunos elegidos pueden cruzarlas legalmente. Si el gobierno francés no dudó un instante en deportar a los gitanos originarios de la propia eurozona ¿qué le puede esperar al resto?
Los gobernantes de todos los países desarrollados se dieron cuenta que esta situación de suma cero condiciona los destinos de sus futuros políticos, y por eso en los últimos meses empezaron a enfrentarse económicamente con sus pares. Por ahora, a esta disputa, que recién comienza, se la denomina eufemísticamente como La guerra de las monedas. El Financial Times definió esta situación como “beggar-thy-neighbor”. Para obtener beneficios hay que perjudicar a otros.
Afortunadamente, todavía no llegamos a una situación tan crítica, al menos a nivel individual, donde impere la ley de la selva, el sálvese quien pueda. Todavía hay esperanza para progresar sin perjudicar al prójimo, porque sin dudas se puede progresar beneficiando a los demás. No necesariamente descubriendo la vacuna contra el cáncer, HIV o potabilizando el agua de mar a bajo costo. En la vida cotidiana, en cosas sencillas, algunas personas encuentran nichos que les permiten trabajar, desarrollarse, beneficiar a los clientes e incluso a los que los observan.
Un ejemplo de esto se lleva a cabo diariamente en la Galerías Pacífico de la Ciudad de Buenos Aires. Al lado del local de Starbucks en un ambiente de mucho glamour, un hombre mayor encontró un nicho que resulta, cuanto menos, asombroso. En un rincón colocó un sillón y se puso a lustrar zapatos. En el costado del pasillo por el cual se ingresa desde la Av. Córdoba, uno de los más elegantes, este trabajador cuenta con una clientela de lo más selecta. Hombres de negocios, ejecutivos, emprendedores, impecablemente vestidos, hacen cola para que les lustren sus zapatos. Este emprendedor individual tiene un excelente trabajo, en un ambiente confortable y seguro, absolutamente original y sin dudas muy redituable.
La crisis económica, laboral y moral llegó para quedarse en el planeta tierra.
¿Es hora del sálvese quien pueda? Por suerte todavía no. Aún se pueden encontrar soluciones individuales beneficiando a nuestros semejantes. No todo está perdido.©