EDITORIAL • Abril 2012

Otra vez, hierro retorcido. Otra vez cadáveres entre el hierro retorcido. Otra vez las sirenas de las ambulancias acudiendo a retirar cadáveres entre hierro retorcido. Y otra vez, otra vez funcionarios públicos ensayando frívolas excusas para intentar en vano desviar responsabilidades.
La vida, ya sabemos, es impredecible y de vez en cuando nos sacude con un hecho inesperado, una alegría que nos emociona hasta las lágrimas o con un accidente fatal... Si bien nadie intentaría ponerle un palo a la rueda del destino para impedir una de esas sorpresas que nos deleitan el alma, sí hay mucho que se puede hacer para impedir que se concreten esos “accidentes esperando ocurrir”.
Ya ha pasado más de un mes desde que un tren se estrelló en la terminal Once del ferrocarril Sarmiento. La sangre de las víctimas estaba aún fresca cuando el Gobierno nacional insinuó que se presentaría como querellante de la causa. Algo así como que el gobierno de los Estados Unidos hubiese fusilado a los pilotos que arrojaron la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki o nuestro ex presidente Carlos Menem se ponga al frente de la Oficina Anticorrupción.
Ya ha pasado más de un mes desde que un tren se estrelló en la terminal Once del ferrocarril Sarmiento. La sangre de las víctimas estaba aún fresca cuando el entonces secretario de Transporte Juan Pablo Schiavi fue empujado a dar la cara y pronunciar un par de excusas que al instante lo hicieron ingresar a la historia argentina, no por lo indecente ni por lo canalla de sus dichos, sino por la casi ingenua imbecilidad de los mismos. Schiavi: después de esto, el pueblo argentino nunca lo olvidará.
Ya ha pasado más de un mes desde que un tren se estrelló en la terminal Once del ferrocarril Sarmiento. La sangre de las víctimas ya se estaba enfriando cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner pronunció un encendido discurso de casi tres horas en el que se dedicó a fustigar a la oposición política y exaltar los supuestos y reales logros de su gestión. A esta tragedia ferroviaria –de alguna manera habrá que llamarla- le dedicó un párrafo, pero no para reconocer que los máximos responsables de velar por la seguridad de los ciudadanos y controlar a las empresas concesionarias no hicieron su trabajo y que a partir de entonces todo iba a cambiar, que el Gobierno garantizaría que, de ocurrir, el próximo accidente sería precisamente eso, un accidente, no un hecho prevenible, una tragedia anunciada. No, otra vez, la irresponsabilidad de descargar las culpas en otro lado y salir caminando con la frente en alto como si nada la hubiese afectado.
Sin la corrupción e irresponsabilidad de quienes tienen a cargo la administración de los servicios, y la complicidad de los funcionarios que deben regular y controlarlos, esos hechos seguramente no sucederían. Y de darse, entonces sí podríamos hablar de accidentes. Pero ha pasado ya más de un mes y los responsables siguen sin aparecer. Ni siquiera un perejil encontraron, como suele suceder en estos casos.
Ha pasado ya más de un mes y comenzamos a preguntarnos cuándo y dónde será el próximo “accidente”, a cuánto ascenderá el conteo de cadáveres, a cuánto el de heridos, o si el siniestro ocurrirá en el aire, en alguna ruta, sobre las vías o en algún puerto.
Mientras tanto, detrás de cada una de las 51 víctimas -52, deberíamos decir tal vez, porque una de las pasajeras viajaba en el vientre de su joven madre- hay un nombre, una historia, una familia y un clamor desesperado de justicia. Justicia para que los muertos descansen en paz, sus seres queridos elaboren el duelo correspondiente y se pongan en marcha los mecanismos para que cosas como esta no vuelvan a suceder.©

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