El Ombú

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Cierta vez una comunidad pampa festejaba alegremente con danzas y rituales su primera cosecha de maíz. Desde ese día fueron los varones encargados de cuidar el cultivo de tan preciada especie. Ellos vivían muy felices, porque obtenían así su alimento.

Pero sucedió que, al poco tiempo, gritos de guerra sonaron en la toldería y la tribu debió afrontar la situación, por lo que los hombres tuvieron que ir a defender sus dominios alejándose de la comunidad. En ella solo quedaron los ancianos, un apretado grupo de mujeres y los niños.
Fueron las mujeres las encargadas de las tareas cotidianas, pero el cacique le encomendó a Ombi, su esposa, el cuidado del pequeño cultivo.
Transcurrieron muchos días, Ombi le puso todas sus energías al cultivo y este le ofreció sus frutos.
A pesar de la incertidumbre al no saber si su compañero regresaría con vida, ella festejó entusiasmada aquellos brotes y con sus agrietadas manos removía la tierra y acarreaba el agua para regar a los cultivos.
Ombi no descuidaba la siembra porque sabía que de ella dependía el alimento de los días venideros.
Sin embargo, ocurrió algo inesperado: una gran sequía agrietaba y secaba la tierra polvorienta. Nadie podía recordar nada igual, el sol despedía poderosos rayos que resquebrajaba la tierra sin piedad y por más que los ancianos invocaron la protección del supremo para que la lluvia trajese alivio a la región, ni una mísera nube aparecía en el diáfano cielo.
Se secó la aguada y un viento caliente terminó por agotar las fuerzas y desalar la región.
Ombi veía con desesperación como las plantas morían calcinadas por el intenso calor y redobló los cuidados para salvar el sembradío.
Los días se hacían interminables y en la pampa extensa y llana no existían árboles donde cobijarse, solamente bajo los toldos se obtenía una pequeña protección.
Ombi no cejaba en el esfuerzo, Fue por esos días cuando los ancianos advirtieron como el cabello de la mujer cada día encanecía más y su cuerpo iba tomando las formas de una anciana.
Temerosos por la vida de Ombi, le rogaron que se quedase con ellos al resguardo de los toldos, pero ella se negó a dejar el cultivo, estaba resuelta a salvarlo, aunque más no fuese una planta para juntar las semillas para la próxima cosecha.
Cierta mañana, cuando el calor cocinaba con sus rayos la pampa en toda su extensión, Ombi comprobó que del pequeño sembradío solo quedaba con vida una solitaria planta medio chamuscada.
Decidida a protegerla se interpuso con su poncho para darle sombra y con sus propias lágrimas humedeció la tierra reseca.
Pasaron los días y al ver que ella no volvía, los ancianos salieron en su busca, pero ella ya no pertenecía a este mundo, Lo único que hallaron fue una solitaria y verde planta de maíz que, aunque frágil, aún se mantenía viva, resguardada por la sombra de una hierba gigantesca que crecía cerquita de ella con restos de un poncho deshilachado.
La comunidad entera lloró la pérdida de Ombi y en honor a ella llamaron a esa gigantesca hierba Ombú.¤

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